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Tuesday, July 15, 2014

INTELECTUALES E IDIOTAS

           La mejor manera de comprender los fracasos y límites del esclarecimiento es la comparación.  Por un lado tenemos el ideal universal de la emancipación humana; por otro, las grotescas realidades históricas que este ideal ha venido engendrando hasta el día de hoy: el calentamiento global y la devastación ecológica causados por la dominación tecnológica e industrial de la naturaleza; una guerra global contra el terrorismo que amenaza con imponer un estado de guerra civil permanente sobre toda la tierra; y por todos lados las señas y símbolos de la desintegración social, económica, y política asociados con el poder tiránico de un llamado “estado de excepción”.  Para nuestra gran consternación, vemos que por todas partes la libertad se ha convertido en un instrumento de dominación.  Las libertades que disfrutamos son, en el mejor de los casos, engañosas: la competición libre a base de precios administrados, una prensa libre que se autocensura, la libertad de discriminar entre marcas y artilugios.  No son las libertades que ejercen personas esclarecidas, sino quienes más bien deberíamos clasificar como idiotas.  Pero idiotas no en el sentido común de la palabra que usamos para referirnos a alguien que es estúpido, incapaz de aprender y, por lo tanto, condenado a un estado perpetuo de inmadurez, sino más bien en el sentido en que los griegos de la época clásica usaban esta palabra para señalar una persona ensimismada que, en vez de participar en la vida pública, prefería cuidar de sus propios intereses. El esclarecimiento nos había prometido una emancipación universal, en cambio, ha creado una hegemonía global que aspira a la dominación total.  En un sentido político esto implica la destrucción de la autonomía republicana y la gradual pero persistente convergencia de la democracia moderna con el totalitarismo.  El esclarecimiento ha devenido en un estado de tiranía e idiotez.  ¿Será posible invertir este proceso, y hacer que de alguna manera un nuevo esclarecimiento emerja de la idiotez tiránica y la tiranía idiota de nuestro tiempo?

       La dialéctica del esclarecimiento según la entendieron Horkheimer y Adorno, planteaba una crítica negativa de este proceso.  Su análisis de los fracasos del esclarecimiento giran en torno a dos temas centrales.  El primero contempla la pérdida o eliminación de la dimensión emancipadora de la ciencia moderna y su transformación en un instrumento de dominación.  El segundo considera el regreso de las sociedades esclarecidas hacia formas autoritarias de poder y maneras arcaicas de pensar: el regreso hacia un estado de tiranía que incita, estimula, y promueve la regresión humana a un estado de primitivismo e idiotez. El esclarecimiento, que en su momento había prometido sacar a la humanidad de sus penumbras, ha acabado por someterlo a una nueva servidumbre a través de los sistemas de manipulación mediática, la vigilancia electrónica, el consumo compulsivo y el terror de la una guerra global. 

       Para los griegos, la idiotez era un castigo.  Era una prohibición.  Una especie de destierro y exilio.  Idiotas eran hombres libres que habían sido desterrados de la vida pública de la polis porque, en vez de participar en la política, se habían preocupado de manera exclusiva por sus propios intereses.  Este destierro de la vida pública equivalía a la pérdida de la libertad y, por consiguiente, a la reducción de la vida a la búsqueda de una felicidad privada, doméstica y trivial.  “La característica principal del tirano – escribió Hannah Arendt – era privar a los ciudadanos de todo acceso al ámbito público, confinarlos a la privacidad de sus hogares y elevarse a sí mismo al único responsable de los asunto públicos.” 

       Alexis de Tocqueville entendía la relación entre tiranos e idiotas de otra manera.  Era más bien la idiotez la que instigaba la tiranía.  Pero la idiotez que él tenía en mente se diferenciaba de la idiotez griega en un sentido básico: no era individual, era la idiotez de las masas, la idiotez de la prosperidad, la idiotez del progreso.  En su profético tratado sobre la democracia en los Estados Unidos de América, Tocqueville retrataba esa idiotez como una especie de esclavitud a la prosperidad: el estímulo de una felicidad a expensas de las propias libertades políticas.  La democracia estaba llamada a generar una masa que sólo espera de su gobierno la seguridad suficiente para alcanzar una estúpida felicidad.  Desde el 11 de septiembre, la mayor megamáquina burocrática de la historia de los Estados Unidos de América impone este tipo de seguridad a través de un ministerio de “Homeland Security” y del establecimiento de un aparato policiaco mundial.

       ¿Pero por qué toleramos estas formas de tiranía cada vez más próximas de los modelos totalitarios del pasado?  ¿Tenía razón Tocqueville cuando señaló que los idiotas abandonan felices sus libertades porque se han convertido en esclavos de la prosperidad?  A lo largo de los siglos XIX y XX, este argumento ha dominado, de una manera u otra, los intentos de explicar la idiotez de las masas.  Desde Marx y su noción de la enajenación y la crítica de la clase ociosa de Veblen a la teoría de la sociedad opulenta de Galbraith o de la razón unidimensional de Marcuse, las teorías modernas de la idiotez asumen que las masas han sido engañadas al aceptar el soborno de la tiranía que Tocqueville ya identificó en su análisis de la democracia moderna.

       Tenemos aquí un problema: al asumir como punto de partida la estupidez de las masas esas teorías dan por sentado que los intelectuales que las formulan están por encima de ella.  Desde las alturas de semejante trascendencia el intelectual no percibe que él mismo forma parte de esta idiotez. Por eso críticos ejemplares como Julien Benda, C. Wright Mills o Russel Jacoby pusieron de manifiesto cómo los intelectuales públicos o académicos no sólo habían traicionado a la sociedad abandonando la crítica de la tiranía en nombre de la seguridad y la privaticidad, sino también asociándose activamente con ella.  Son los intelectuales idiotas quienes convidan a los tiranos a ejercer la tiranía en favor de la idiotez.

       Al ignorar los asuntos públicos y no intentar controlar las fuerzas tiránicas de nuestra época, corremos el riesgo de que nuestras vidas se condenen a un estado de insignificancia política.  El destino de los más de cincuenta millones de refugiados en el mundo hoy, el destino de hombres y mujeres desnacionalizadas por las guerras civiles y las diferentes formas de terrorismo estatal y no-estatal de nuestra época, el destino de seres humanos que por una razón u otra no pueden ser integrados en el sistema económico y político global, este destino bien podría llegar a ser el que nos espera a todos nosotros. Para evitarlo, debemos arrojar suficiente luz sobre el marasmo intelectual, moral, político y económico que caracteriza nuestra realidad histórica y esclarecer el camino que nos pueda liberar de este estado de rampante idiotez.  Eso significa romper las cadenas que vinculan epistemológica e institucionalmente la dialéctica del esclarecimiento con los poderes imperiales,  y reformular un esclarecimiento que no nos enaltezca como imaginarios dueños de la naturaleza ni como los supuestos libertadores de las naciones. Un esclarecimiento que nos permita desarrollar, en harmonía con la naturaleza y en cooperación con los humanos, una existencia libre de la estupidez y la tiranía.  

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